La luz aparece en el cielo.

La sigue el trueno que no espera. Veloz. Potente. Suspendido en el aire. La montaña lo recibe y se hace eco, vibrando. Los sentidos están despiertos ahora que esa voz ha hablado, la que se escucha en el afuera, pero se siente en el cuerpo, movilizando las mismas entrañas de aquello inamovible y eterno.

El tiempo permanece, y a la vez está en constante cambio. Avanza dentro de una rueda que posee ciclos de vida. Cambios de estaciones, ir y venir, expansión y contracción. Ritmo y movimiento. Extremos que se suceden y son parte de lo mismo. Uno lo inicia al otro y a vez son uno.

Permanecemos en ese ciclo sin darnos cuenta y nos creemos seguros en él, sin atrevernos a superar las barreras que se van formando a nuestro alrededor, imperceptibles. El trueno irrumpe y nos saca de esa quietud. Nos conecta con el pensamiento creativo del padre cielo, que tiene el deseo de materializar en un segundo aquello que ha imaginado, y se enfrenta con aquellas estructuras que parecen impenetrables, pero que en la realidad no tienen sustento, ya que no están relacionadas con nosotros mismos, con la esencia que olvidamos por movernos siempre a través del mismo surco amurallado y ancestral.

El trueno suena para despertarnos de esa modorra y mostrarnos que en realidad hemos descarrilado. Pero para descubrirlo hay que mirar hacia el interior de nuestra montaña, de nuestras estructuras, nuestras creencias. Aprender a diferenciar que es lo propio y que es ajeno, y despojarnos.

Quedarnos solo con lo que podemos cargar con nuestras manos y volver a avanzar, ya no por ese surco, sino por un nuevo camino que descubriremos al andar.

A menudo nos movemos en la vida sin conectarnos con nuestra esencia. Entonces llega el trueno, que camina con pies rápidos, impulsivos, sacudiendo y desestabilizando la materia. Todo se mueve alrededor de la montaña. Pero la montaña no se mueve de su lugar, solo se sacude un poco, desprendiéndose de aquello que esta flojo, suelto, y lo deja caer.

La montaña sin en trueno no puede descubrir aquellas piedras sueltas, que caerán. El trueno no podría encontrar un eco donde reflejarse sin la montaña firme, para descubrir su forma real.

La montaña es hija de la madre tierra, que nos conecta con la espiritualidad, el conocimiento interior, que es lo único que puede sostenernos en los momentos tormentosos y desestabilizantes.

La montaña siempre prevalece y nos conecta al corazón, a la esencia, al alma. La sensación de fe, el saber instintivo que está todo bien. La calma. Muchas veces para llegar a ella necesitamos del trueno que nos da la oportunidad de conocernos a nosotros mismos.

Permitir que el trueno nos intimide, que está para eso, para enfrentarnos, y a través del eco descubrir de que está hecha nuestra montaña.

¡ Gracias por compartir !


Un Saludo
Carmen, Asesora profesional de Feng Shui.

¿Te gustaría realizar una consulta de Feng Shui para tu hogar?
¡Comunícate conmigo!